viernes, 14 de diciembre de 2012

¿se olvida la noche?

Yo la veía bailar y la entendía, porque no sabía cómo hacer para disfrutar; si el empeño fuera directamente proporcional a los resultados, hubiese sido, casi con certeza, la persona más feliz de la tierra.
La noche es maravillosa en el sentido más estricto de la palabra: es el único espacio en donde la magia se vuelve posibilidad. Las manchas en el techo la habitación cobran formas, distintas cada vez, a veces un color marrón es el comienzo de un ojo, que sigue con una nariz aguileña y mira justo hacia el ángulo de la pared. El amor no es nada. Pero es tantas cosas al vez. Es una carencia tan grande, pero tan inmensa. También hay pájaros en ese techo, y está la mujer que presiento presente, como una presencia irrefutable. Los humanos son seres curiosos. En dos sentidos de la palabra, en el literal (también) y por cierta caracteristica nata. No todos, pero muchos avanzan movidos por la búsqueda, motor incansable de todos los movimientos. Esa mujer quiere meterse en mi cuerpo, más que otras a las que elijo. Y eso asusta. La noche es maravillosa, porque en ella reina el silencio, porque es el lugar del olvido, verdadera destreza inevitable, a la que hay que echar mano si se quiere seguir viviendo. No entiendo por qué las amebas tienen tan mala prensa entre los bichos. Por qué se las acusa, si jamás han prometido nada a nadie. Es fácil decir eso de las personas, de quienes siempre se espera algún resultado, aunque tampoco hayan prometido nada a nadie. Entre la lista de verbos, hay uno que es convencer; se trata de un adiestramiento de las sensaciones de uno, que consiste en una rara condensación de los sucesos vividos, con el fin de acercarlas lo máximo que se pueda al pragmatismo.
De noche todo está en calma, los pájaros, en su mayoría, duermen, las personas también. Algunas se pierden, con las cabezas hundidas en su almohada, casi sin notarlo, entre cadenas de palabras, pensamientos, que jamás llegarán a tocarse con lo que después son cuando están despiertas. Otras personas leen, recuerdan imágenes de sus días, como en una película que se vio hace mucho tiempo y de la que resulta improbable armar un relato coherente. Las personas sueñan, justo antes de dormirse.
Ella bailaba con los ojos cerrados y el pelo encendido, casi tanto como su alma, apagada a la mayoría de las percepciones ajenas. Gritaba sin decir, con los ojos bien apretados, con las arrugas que se le formaban en la frente, como si en ese hacer fuerza, los deseos fueran a cobrar alguna forma. Pero cómo querer que algo tan inaprehensible se parezca a algo conocido.
No siento pena por ella, siento empatía, a pesar de que sus palabras muchas veces puedan volverse insoportables, como una música que se repite sin cesar, una melodía que nos recuerda que cada día es idéntico al anterior y al anterior y al que vendrá. Estaba linda ahí, cerca del ficus. Y sin embargo nadie la veía.
Las manchas de humedad son testigos de mi presuposición descabellada, evidencia de un proceso que crece hasta destruirlo todo, como hace el paso del tiempo con las personas y hasta con las piedras.
Y en el medio, todo el asunto del amor y las palabras y las acciones. Y el saber si una persona se parece o no, a un perro. Si lo que en realidad tiene de perro, no serán esos ojos chiquitos de animal que ha visto demasiado. La mentira, un cuchillo de hoja afilada y muerte dudosa. La verdad, lo más parecido al amor, que es una mentira grande como una casa de cuentos.
Por eso a las personas les gusta que les inventen historias; pero no cualquier historia, sino unas en donde lo verdaderamente importante es el procedimiento. Historias en donde el olvido, como la noche y su magia, se vuelve una posibilidad.

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