Hago
cosas raras. Muchas veces hago cosas raras, como buscar una bolsa de
plástico en el tacho de basura, para tirar las colillas de
cigarrillos. No es raro si le lo piensa a la inversa, pero sí lo es
cuando entre esas otras cosas está el tirar la ropa sucia a la
basura, en vez de al cesto de la ropa sucia, guardar la leche en la
basura, en vez de en la heladera. Siempre la basura. Por suerte no se
me da por meter la basura en todos los otros lugares. Nunca lo había
pensado, ¿sabés?, lo hago ahora; hasta hoy creía que se trataban
de meros errores aleatorios sin relación alguna; equívocos tontos
producto de la distracción, o por estar con la cabeza en otra cosa.
Y sin
embargo no. Todo parece tener que ir a parar al tachito cromado con
pedal que me interpela cuando la tapa se levanta y puedo ver dentro
que ese cilindro negro con bolsa sólo contiene eso: basura.
Así,
tiro un relato infinito en mi cabeza. Un montón de desperdicios
aislados en donde el todo tiene una lógica impoluta. Restos de
hechos y deshechos que a priori no se encadenan. Pero cuando me
asalta la vocación por el reciclaje, escarbo sin mucho escarbar y
ahí aparece, ahí está la historia apilada, escombro sobre idea,
imagen sobre porquería, estercolero del recuerdo, residuo
disparatado. Tiene lógica. Sólo que no se explicarla, ¿sabés?
Es la
ficción más larga que se me ocurrió alguna vez. Está todo, bien
desordenado, como la basura.
Es un lío
de vampiros, ¿sabés?. Hay un vampiro maestro que es el que
me trae el resto de la vida que me va tocando tener.
No
conocía la posibilidad, hasta ahora, no me imaginaba siquiera, que
pudieran trasgredirse tantas normas académicas para clasificar los
desechos. Me da, me daba como pudor. Creía que para tener algo así
como una biografía biológica, no contaminante, era necesario el
orden. Ser pulcra, prolija, pretenciosa y persistente. Sólo me quedo
con lo último, ¿sabés?
Ahora
también me da vergüenza. Pero me importa un pomo. Si mi historia no
termina o no empieza, me da igual. Si el vecino de la casa de
Tacuarí, la casa embrujada, la del vecino, no la nuestra, que
también está embrujada, es un vampiro que va todas las noches a un
bar de Constitución y si se encuentra con su inquilino vampiro, que
es un morocho gordo que usa musculosas y lava la poca ropa que tiene
en un piletón que está justo al lado de la casita prefabricada que
tienen en la terraza, cerca, muy cerca de los kalanchoes y aloes que
crecen en los tachos de aceite cortados por la mitad, todos oxidados
ellos, me da igual.
Te hablo de Cacho, ¿sabés?
Yo se que
sabés. Porque te da miedo que te cuente estas historias. Como te
debo dar miedo yo, que nunca se callarme cuando hay que callarse, ni
portarme tan bien como a vos te gustaría.
Y
entonces, como que me agarra una fiebre, ¿sabés? Tanto me gusta el
libro de turno que estoy leyendo que pienso ¡ah, pero entonces si
hay otra manera de escribir!, y ni siquiera puedo seguir la lectura y
tengo que sentarme a escribir, como una escriba que trabaja por
encargo, a continuar en el tono pertinente el relato de mi vida pero con la voz
del otro o la otra, ¿se entiende?
Nunca te
lo dije, ¿sabés? Porque no lo sabía.
Ahora
creo saber, que es como una fiebre rabiosa la que me agarra. Y que
está mal, está mal porque uno, yo me acelero y entonces ya no puedo
unir la vida de todos los días, esa cuidadosa y reposada, con la
locura de querer escribir todo a la vez, siendo todos y todas, con
una voz que me es propia por un momento pero que después resulta que
no, porque lo que hago en verdad es despegarme de mi propia voz que
es esa, la que me hace feliz y es tan ñoña y melosa y cómo me
revienta.
Una
basura.
Dos,
porque por indicación, digamos, médica, tengo la sugerencia de
dejar de pegarme a los otros y otras para escuchar mi propia voz. Mi
propia voz es demasiado chiquita, ¿sabías? Nunca creció lo que se
esperaba.
Entonces
vengo a tener una voz que me encontré como a los catorce, o tal vez
antes, a los nueve, una que es un pelotazo, medio solemne y trágica,
pero que resulta que también es mía. Es así, una mortaja gótica
de mirada perdida, medio Emo, algo rockera y casi medieval. No digo
que no me represente; de hecho lo hace muy bien, la mayoría de la
gente cree que esa soy yo, ¿sabés?.
¿A qué
vos o yo
tendría que volver?
Seguro
que nunca te lo dije, porque no lo sabía.
Lo se
ahora, y se me va a pasar. De a poco van a empezar a volver las
comas, bien o mal puestas, los puntos y aparte, los intentos por
atarme las patas a la tierra, aunque tenga que usar un grillete de
nueve mil toneladas celsius... ¿sabés?, voy a volver a querer ser
yo, una yo que no estoy segura de ser, pero que es más saludable
para mi hijo, para vos, para mi entorno y tal vez, es probable,
quizás, hasta para alguna mi.
Ya ni me
acuerdo lo que quería decir; tanto se me escaparon los caballos en
tropel (qué frase esa), que se me desbandaron las crines. Y me hice
viento. Y todos sabemos que el viento no tiene una dirección
diseñada de antemano, sabemos que vuela, (¿vuela el viento?), que
sopla, que es muy difícil controlarlo.
La fiebre
se me vuelve a bajar, le pongo paños fríos a la cosa. Lo único
malo, es que me siento huérfana de mi misma. Y me cuesta bastante
salirme del tachito cromado con pedal.
Esta
noche no voy a sacar la basura, ¿sabés?
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