miércoles, 26 de diciembre de 2012

Que se yo - 5

Hago cosas raras. Muchas veces hago cosas raras, como buscar una bolsa de plástico en el tacho de basura, para tirar las colillas de cigarrillos. No es raro si le lo piensa a la inversa, pero sí lo es cuando entre esas otras cosas está el tirar la ropa sucia a la basura, en vez de al cesto de la ropa sucia, guardar la leche en la basura, en vez de en la heladera. Siempre la basura. Por suerte no se me da por meter la basura en todos los otros lugares. Nunca lo había pensado, ¿sabés?, lo hago ahora; hasta hoy creía que se trataban de meros errores aleatorios sin relación alguna; equívocos tontos producto de la distracción, o por estar con la cabeza en otra cosa.

Y sin embargo no. Todo parece tener que ir a parar al tachito cromado con pedal que me interpela cuando la tapa se levanta y puedo ver dentro que ese cilindro negro con bolsa sólo contiene eso: basura.

Así, tiro un relato infinito en mi cabeza. Un montón de desperdicios aislados en donde el todo tiene una lógica impoluta. Restos de hechos y deshechos que a priori no se encadenan. Pero cuando me asalta la vocación por el reciclaje, escarbo sin mucho escarbar y ahí aparece, ahí está la historia apilada, escombro sobre idea, imagen sobre porquería, estercolero del recuerdo, residuo disparatado. Tiene lógica. Sólo que no se explicarla, ¿sabés?

Es la ficción más larga que se me ocurrió alguna vez. Está todo, bien desordenado, como la basura.




Es un lío de vampiros, ¿sabés?. Hay un vampiro maestro que es el que me trae el resto de la vida que me va tocando tener.

No conocía la posibilidad, hasta ahora, no me imaginaba siquiera, que pudieran trasgredirse tantas normas académicas para clasificar los desechos. Me da, me daba como pudor. Creía que para tener algo así como una biografía biológica, no contaminante, era necesario el orden. Ser pulcra, prolija, pretenciosa y persistente. Sólo me quedo con lo último, ¿sabés?

Ahora también me da vergüenza. Pero me importa un pomo. Si mi historia no termina o no empieza, me da igual. Si el vecino de la casa de Tacuarí, la casa embrujada, la del vecino, no la nuestra, que también está embrujada, es un vampiro que va todas las noches a un bar de Constitución y si se encuentra con su inquilino vampiro, que es un morocho gordo que usa musculosas y lava la poca ropa que tiene en un piletón que está justo al lado de la casita prefabricada que tienen en la terraza, cerca, muy cerca de los kalanchoes y aloes que crecen en los tachos de aceite cortados por la mitad, todos oxidados ellos, me da igual. 
Te hablo de Cacho, ¿sabés?

Yo se que sabés. Porque te da miedo que te cuente estas historias. Como te debo dar miedo yo, que nunca se callarme cuando hay que callarse, ni portarme tan bien como a vos te gustaría.



Y entonces, como que me agarra una fiebre, ¿sabés? Tanto me gusta el libro de turno que estoy leyendo que pienso ¡ah, pero entonces si hay otra manera de escribir!, y ni siquiera puedo seguir la lectura y tengo que sentarme a escribir, como una escriba que trabaja por encargo, a continuar en el tono pertinente el relato de mi vida pero con la voz del otro o la otra, ¿se entiende?

Nunca te lo dije, ¿sabés? Porque no lo sabía.

Ahora creo saber, que es como una fiebre rabiosa la que me agarra. Y que está mal, está mal porque uno, yo me acelero y entonces ya no puedo unir la vida de todos los días, esa cuidadosa y reposada, con la locura de querer escribir todo a la vez, siendo todos y todas, con una voz que me es propia por un momento pero que después resulta que no, porque lo que hago en verdad es despegarme de mi propia voz que es esa, la que me hace feliz y es tan ñoña y melosa y cómo me revienta.

Una basura.

Dos, porque por indicación, digamos, médica, tengo la sugerencia de dejar de pegarme a los otros y otras para escuchar mi propia voz. Mi propia voz es demasiado chiquita, ¿sabías? Nunca creció lo que se esperaba.

Entonces vengo a tener una voz que me encontré como a los catorce, o tal vez antes, a los nueve, una que es un pelotazo, medio solemne y trágica, pero que resulta que también es mía. Es así, una mortaja gótica de mirada perdida, medio Emo, algo rockera y casi medieval. No digo que no me represente; de hecho lo hace muy bien, la mayoría de la gente cree que esa soy yo, ¿sabés?.

¿A qué vos o yo tendría que volver?

Seguro que nunca te lo dije, porque no lo sabía.

Lo se ahora, y se me va a pasar. De a poco van a empezar a volver las comas, bien o mal puestas, los puntos y aparte, los intentos por atarme las patas a la tierra, aunque tenga que usar un grillete de nueve mil toneladas celsius... ¿sabés?, voy a volver a querer ser yo, una yo que no estoy segura de ser, pero que es más saludable para mi hijo, para vos, para mi entorno y tal vez, es probable, quizás, hasta para alguna mi.

Ya ni me acuerdo lo que quería decir; tanto se me escaparon los caballos en tropel (qué frase esa), que se me desbandaron las crines. Y me hice viento. Y todos sabemos que el viento no tiene una dirección diseñada de antemano, sabemos que vuela, (¿vuela el viento?), que sopla, que es muy difícil controlarlo.

La fiebre se me vuelve a bajar, le pongo paños fríos a la cosa. Lo único malo, es que me siento huérfana de mi misma. Y me cuesta bastante salirme del tachito cromado con pedal.

Esta noche no voy a sacar la basura, ¿sabés?

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