Un grupo de furtivos
pescadores, y no de pescadores furtivos, como marca la
contemporaneidad. El escollo de los sueños es idéntico al de la
escritura: nunca se sabe del todo a qué final iremos a parar; cuál
de todas las voces, será la que logre estampar sus cuerdas vocales
en el papel.
Yo
no se escribir.
Ni estoy segura de manejar al lenguaje, más bien
creo que me dejo andar por él, me dejo ir en él. Y en alguna costa,
aparecemos juntos.
Es
de madrugada, tengo fiebre y transpiro:
Y
los furtivos pescadores, con sus arpones afilados, se lanzaron contra
el burro chiquito que emergía de las aguas. Casi lo mata, la bestia.
Ese hombre que pelea solo contra los malos que se disfrazan de
buenos. Sí, te escucho, papá, en la vida no hay ni buenos ni malos,
pero así me enseñaron … ¿y ahora, cómo desaprendo?
El
burro sobrevivió, gracias al traje sintético para volverse
transparente que ella se probó en la nave. El hombre que pelea solo,
no cree en sus poderes ni en sus ventajas. Pero sí, efectivamente
vuelven a la persona un borde incandescente en la media luz. Parecen
tubos de hospital. Yo los veo, el hombre no puede hacerlo.
Y
lo reducen, y lo llevan a punta de pistola láser quién sabe a
dónde.
Pero
antes, en la isla, habían intentado reproducir a una madre o
familiar para el pobre burro chiquito. Y lo lograron a medias. Capas
y capas de grasa y alimento, fueron dando vida a un elefante rosa que
se propaga como las ranas en un día de lluvia. El mayor problema, es
que el elefante rosa crece, sí, pero ya ha avanzado demasiado el
tiempo y la piel no lo recubre. La piel no se genera. El elefante no
es más que una gran feta de carne, enrollada y aprisionada entre los
estantes de cemento. Pobre burro, tener una mamá así.
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