No sé.
El calentamiento global agita mi refugio; los muros de escarcha palidecen, las bombas avanzan y sólo sé permanecer inmóvil...la guerra.
No, no paralizo este impulso de araña, miento.
El instinto persevera, ancestral él. Y así, mejor actuar, ¡sí!, mejor correr, mejor volar, rápido, muy rápido, ahora, ¡ya!:
Tejo y entretejo mi red de preguntas, hebras sagradas que volverán a ser mi palacio. Impenetrable.
Sólido como el pétalo de una azalea.
Mi seda de araña, escribo:
¿Qué
te hago hoja en blanco? ¿Te silencio?
¿O
te confieso de una vez y para nunca todos mis temores inciertos?
Qué
dificultad más descabellada, en esta era de fragmentos sin pescuezo
del que apretar. Qué necesidad, su alteza, la de ordenar todo
aquello que navega en ese océano de vida.
Qué
necesidad... sí, una necesidad. Y entonces, ay!
Y
entonces.
Claro,
la necesidad de una pausa, no vaya a ser que.
Reordenar,
recapitular, recapacitar, rememorar, repatriar, remar, remar, remar,
en ese mismo océano que a veces desemboca en río y otras más en
terrenos áridos, fértiles de espanto, tan secos que ya, ¿para qué?
Y
sin embargo la pausa que insiste, el silencio de unos ojos, estos,
los míos, que tan ciegos van buscando una y otra vez lo igual.
Cartas
a Roma, Roma queda demasiado lejos, amor.
Habrán
pasado unas bandadas paleolíticas, de tiranosaurios y canarios
fósiles; se habrán visto aves de todo corte, de alas coloridas, de
azules y verdes, de plumaje suave y redondo, pavos reales a montón.
Se habrán visto vuelos de carroña, además, dispuestos a carcomer
cuanta migaja de aliento esperanzado cayera por el cañón.
Y
algún hombre o mujer con binoculares, de esos mecánicos, los
hombres y mujeres, avistando nubes de pájaros que pasan y pasan, se
revuelven, se revuelcan, revolucionan el cielo, un cielo eléctrico y
en tormenta perpetua.
Pero,
¿por qué?
Porque
después de la tormenta, dicen, llega siempre la calma.
Claro,
¿qué será todo un círculo acaso?
¿Y
dónde quedan las rectas, los triángulos, los paralelepípedos?
¿Dónde todas las figuras geométricas que componen esta existencia
azarosa que me arrastra, me lleva y que intento conducir?
¡Conducir!
Qué
mala fama ese verbo, en esta, sí, en esta era de cartas digitales
firmadas sin corazón.
No,
no digas eso. Es sólo una costumbre del momento. Una moda a la que
hemos llegado impuntuales.
¿Qué
qué?
¿Que
deberías haber nacido en otro espacio? Ah! Claro, por un momento
creimos que ibas a decir tiempo. ¡Ilusa!
Pero
no, no ibamos a explicarte que el tiempo es una invención, y que lo
único que no tiene de incierto es un montón de huesitos sin
remitente en un campo verde, con suerte, con suerte verde decimos, de
geografías que luego serán museos, visitas, parajes reflotados o
puro río.
Eso
se sabe.
La
pausa que esperan y que necesitás:
“El
río viene, vendrá/ y se llevará a tu padre en esas aguas calmas”
¿Habrán
sido turbias en otros pasajes?
Chiquita,
que mala costumbre la de preguntar y preguntar... si tan sólo te
hubieran dado una respuesta, ¡una!
No
serías vos, chiquita.... ¿qué, que ya te irrita ese epíteto?
¿Que
las palabras te penetran, te seducen, te desvanecen, te confunden, te
envenenan, te contornean, te desdibujan, te dan tronco y alma y vida
y ramas y hojas y crecés y crecés para luego morir?
Ah.
Puede
pasarte todo eso, si.
Eso
se llama silencio.
Se
llama escuchar la música que llega desde lejos. Se llama viajar en
la cola de cometas que acaban en el infinito. Se llama tantas cosas.
Tantas
cosas que pedís por favor, por favor, un verbo que te refugie.
¿Que
qué?, ¿Que qué de vos, patas tan chiquitas que no te alcanza para
correr tan lejos como quisieras?
Muchas
voces, acertadas algunas algunas te van a resonar, en eco, como ese
eco del viento cuando solo hay ausencia y naturaleza desamparada, o
naturaleza, a secas, muchas voces te van a envolver: respirá,
van a decir.
En
medio de la tormenta.
Y
vas a hacer caso, porque a pesar tuyo sos obediente, hasta que
aprendas,
¿Qué
que es aprender?
Uy!
Podría ser tantas cosas.
El
viento sopla fuerte, ¿sabés? Y más fuerte en esas estepas blancas
que elegiste para pensar sin dolor. Tanto arrancarte y arrancarte y
arrancarte de vos que, ¿qué quedará?
No
temblás de frío.
Temblás
porque sabés que además de vivir en la estepa ártica, que además
de encerrarte, libre, sí, la no falta hace, pero dudás tanto que
mejor decir, que además de encerrarte en esas pieles de animales
nunca muertos, que además del exilio involuntario en el que elegís
hacer la plancha, habrá inmediatamente otros Egiptos y otras Pragas
y otras naciones sin inventar aún, a las que vas a querer
dispararte.
¿Ah?
¿Sentiste
miedo ahí?
Calma,
Karma, el karma es también de estos tiempos en los que se te ha dado
por nacer. Por nacer una vez más.
¿Qué
preferís la ficción de una frase?, ¿de cuál?, ¿de la que dice:
atravesé océanos de lágrimas para encontrarte?
Cobarde.
Sí,
sí, sabemos que sos cobarde. Y sin embargo.
Sin
embargo, claro. ¿No te preguntás nunca por qué seguir adelante?
Hete
allá tu propia trampa, chiquita, nos reímos, chiquita, y te
decimos, sin maldad, sólo con un poco, claro, chiquita, chiquita,
chiquita...
¿Que
qué es crecer?
Encontrar
tu camino a Roma, Chiquita.
¿Qué
si te vas a morir?
Claro,
quién no ha muerto alguna vez.
Allá
viene la tormenta, y los ciervos dejan de tomar agua de las fuentes,
y esos pájaros de los que hablabas se refugian entre las células de
tu alma, y los hombres y mujeres con binoculares y trajes de cuero,
sí, hasta ellos, te piden amparo. Y la tormenta es de nieve, ¿qué
esperabas de esta estación fría?
¿Robarte
la primera persona del singular?
Muy
bien.
¿Qué
tendrás para decir?
Silencio...
“Y
de mis ojos saldrán los fuegos que me mantengan en esta vida/ y de
mis ojos saldrán todos los silencios que sólo encienden/ y de mis
fuegos saldrá la noche, y también el día/ porque mientras haya
camino, seguiré andando”
Nos
podríamos reír de vos. Pero te vamos a dejar ser.
Dormí,
duerman vos y tus animales, que la tormenta ya pasa...
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