El
pino se amarronaba
en
esta estampilla vieja de tiempo
La
habíamos recibido tantas veces
que
el remitente era sólo una anécdota
las
cartas llegan, llegan mojadas
Y
ahí estaban los pájaros
con
sus trinos de tierra conocida
Las
nubes, esos vientres de la tormenta
el
sello postal de cada nueva invención
En
la lectura
reescribíamos
el mismo estribillo
un
villancico no tan santo que navega:
agua
arriba, agua abajo
Las
gaviotas centinelas
con
sus plumas de traje vigilante
supervisaban
desde lo alto
que
la carta naufragara en buen puerto
Nosotros
esperábamos
a
la vera de una playa de estreno
Tendidos
de boca al mundo, de costado
con
las manos escarbando en la arena
Aguantábamos,
ligeramente
hasta
oír la voz del relámpago:
un
espejismo breve
Un
cometa en el océano
para
lanzarnos otra vez a la vida
para
seguir navegando
como
marineros del instinto
En
el mar, cantan las sirenas:
Las
nubes, las nubes, esos viernes de la tormenta.
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