viernes, 14 de diciembre de 2012

La sed


El tipo era un bebedor y se le notaba, a todas luces, en las grietas ásperas que se le dibujaban sobre la boca. Como si cada rayita fuera un testigo rotundo de todas las noches o días en que no habría podido satisfacer su sed.

A mi se me ocurrió que así debía ser. Y nadie contradijo mis suposiciones. Hasta que Nancy dijo de él, mientras pasaba un trapo sobre la mesada de la cocina:


- Juan, dejá de mirar a ese viejo. Te va a secar los ojos. ¿Nunca aprendés nada vos?


Me sorprendió que Nancy me descubriera viendo pasar al viejo desde la ventana. Siempre había pensado que en esos momentos me volvía invisible para todos. 
 

-Las personas andan demasiado ocupadas como para detenerse en estas nimiedades- me había enseñado el abuelo una vez, al encontrarme entre la multitud de un asado familiar, lagrimeando porque nadie me escuchaba.


Pero el abuelo estaba muerto, y la palabra nimiedad, que quería decir algo así como cosa chiquita pero muy importante, era lo único que me quedaba de su olor.

Nancy era una de esas personas que están siempre muy atareadas. Y sin embargo, se había dado cuenta.


- No miro nada-me defendí.


El tipo estaba ahora sentado un poco antes de la mitad de la cuadra. Las piernas se le escapaban por entre los jirones de pantalón que le restaba y se apoyaban sobre unas baldosas rotas. Arriba tenía puestas dos camisas, muy finitas. La primera de manga larga, blanca pero sucia; la de encima, de mangas cortas, parecía más nueva. 
 

Nancy siguió en lo suyo y yo aproveché para seguir viendo sin ser visto.


También pensé que nunca antes había notado que aunque el pantalón que llevaba era siempre el mismo, la muda que le cubría el pecho cambiaba una y otra vez.


Yo había leído en un libro que los camaleones, unos bichos sordos como las serpientes, podían cambiar de color su piel. A lo mejor este tipo resultaba ser no sólo un bebedor, sino que también podía pertenecer a esta especie. Cerré los ojos bien fuerte y traté de visualizar todos los cambios posibles que recordaba en su vestimenta. Elegí contar desde navidad; no era mucho, estábamos todavía en enero, pero fueron tantas las imágenes que me devolvió el recuerdo, que decidí que no había lugar a dudas: el tipo era un camaleón bebedor.



-Juan- sonó la voz de Nancy con un montón de aes al final, alargando lo que siempre había sido un nombre corto.



El tipo tomaba y tomaba. Siempre estaba con un cacharro, o una botella de gaseosa cortada por la mitad y llena de agua.



Nunca, hasta hoy, pude dejar de mirarlo. Ni de sentir tanta sed.

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